Las rabietas son una manera de expresar frustración, enfado y otro tipo de malestar emocional. Ante determinadas emociones, especialmente aquellas de intensidad elevada, el niño aún tiene dificultades para reconocerlas y expresarlas de un modo más positivo. Al no disponer de los recursos necesarios suele ocurrir que el pequeño explote en un estallido de patadas, gritos, llantos, etc. que es lo que conocemos como rabieta. Nos gustaría añadir que el término rabieta en nuestra sociedad se asocia como algo despectivo y de inmadurez. Efectivamente nuestros hijos tienen rabietas porque son inmaduros, porque aún no han aprendido (y nosotros no les hemos enseñado) cómo gestionar el malestar emocional elevado.
¿Por qué los niños tienen rabietas?
Los niños de entre 1 y 3 años desean tener más independencia y más control sobre su entorno, de hecho, más de los que ellos son capaces de asumir. Esto puede desembocar en luchas de poder, mientras el niño piensa «lo puedo hacer yo solo» o «quiero eso ya: dámelo». Cuando los niños descubren que no lo pueden hacer solos o que no pueden tener todo lo que desean, aparece la frustración y con ella, las rabietas. El papel de los padres ante una rabieta es sostener sus emociones y malestar y acompañarles para que el mal rato lo pasen acompañados. Muchas veces los padres podremos solucionar la fuente que causa la frustración, pero otras muchas veces no, pero lo que siempre podemos hacer es demostrarles a nuestros hijos que les queremos hagan lo que hagan.
¿Qué es útil hacer ante una rabieta?
Entender el desborde emocional de nuestro peque
Cuando hablamos de emociones, al ser un ámbito tan abstracto, es más complicado de entender, por eso nos gusta poner comparaciones con mecanismos más concretos. Pongámonos en la situación de que nuestro pequeño de dos años, ya casi tres, que sabe hacer un montón de cosas solo, pero a veces (más de las que nos gustaría) cuando algo no le sale monta una rabieta. A nosotros como padres nos cuesta entender qué es lo que ocurre. Imaginemos que nuestro hijo, aún en una fase muy temprana del desarrollo, tiene un “ancho de banda” para tolerar la frustración muy pequeño, así cuando cualquier acontecimiento sobrepasa su “ancho de banda” nuestro hijo se desborda y monta una rabieta. ¿Lo hace porque es malo? ¿Por qué quiere ponernos a prueba? Lo hace simplemente porque no lo controla y no tolera tanta frustración.
Mantener la calma
Este punto puede ser uno de los más complicados, pero tenemos que tener claro que si perdemos los nervios ante una rabieta de nuestro hijo: respondemos gritando, le castigamos… no vamos a conseguir nada (salvo, quizá, acabar desquiciados). Sin embargo, si mantenemos un tono suave y pausado, aunque no consigamos disminuir el malestar de nuestro peque al menos sí que conseguiremos: no desbordarnos nosotros y ser un modelo para nuestro hijo que le enseñe que en momentos de malestar también se puede estar tranquilo.
Demostrar incondicionalidad
Si el principal aprendizaje de las rabietas es que el peque aprenda a tolerar la frustración, el segundo, pero no menos importante, es que también sea consciente de que le vamos a querer siempre: haga lo que haga. Cuando nuestro bebé recién nacido tiene una rabieta (de hecho, no le llamamos rabieta, porque entendemos que es inmaduro que no puede hacer otra cosa que llorar y protestar para transmitirnos su desagrado), no se nos ocurriría hacer otra cosa (si no podemos solucionar la causa de su malestar) que consolarle. Lo último que se nos ocurre es enfadarnos con el peque. Y aquí está el primer error que comentemos los padres ante una rabieta: presuponer que nuestro hijo tiene habilidades que, o bien no tiene, o bien baja tanta intensidad emocional, no las sabe usar.
¿Qué no es útil hacer ante una rabieta?
Pensar que ya se le pasará solo
Es probable que la rabieta se termine por pasar sola, si nosotros no hacemos nada. Un nivel de activación muy elevado, no se puede mantener por mucho tiempo, porque el organismo colapsa. Y es probable, también, que el principal objetivo que tienen las rabietas (aumentar la tolerancia a la frustración) se logre de forma aproximada. ¿Pero qué hay del segundo aprendizaje? Ese que nos demuestra que mamá y papá nos quieren SIEMPRE. Ese no lo lograremos, y transmitiremos a nuestro hijo el erróneo mensaje que papá y mamá me quieren sólo cuando hago las cosas bien.
Juzgar a nuestro hijo
Es muy habitual, que nos encontremos en consulta padres y madres que nos relatan que su hijo tiene una rabieta porque quiere, porque en otras ocasiones, o, por ejemplo, con los abuelos o los tíos es un bendito: ni una palabra más alta que la otra. Cada situación es diferente. Tenemos que tener claro que nuestro hijo no es malo, si hace algo que no nos gusta, es porque no puede hacer otra cosa.
Amenazarle o chantajearle
“O te tranquilizas ahora mismo o nos vamos a casa”, esta frase que es tan habitual oír, encierra un grave peligro. Por un lado, ¿es cierta o hemos lanzado un “órdago” a nuestro hijo? En “el mejor de los casos”, será cierta, y confiaremos en el miedo para aplacar la rabieta y el malestar percibible de nuestro hijo. Sin embargo, utilizar estrategias educativas basadas en el miedo, tiene como consecuencia que se crea un clima de inseguridad en la familia.
Ceder ante el origen de la rabieta
Habrá veces que podamos solucionar el origen (al menos en apariencia) del malestar de nuestros hijos, por ejemplo, cuando no quiera cenar la cena que teníamos prevista; pero, ¿qué haremos cuando la rabieta venga originada porque ha descubierto la gravedad y vea que no puede beber agua tumbado? Hay cuestiones que se escapan más allá de nuestros deseos o posibilidades. Por ello, es más útil enseñar a los niños a solucionar sus propias dificultades, en caso de que sea posible, y acompañarles emocionalmente en el camino.
Si aún siguiendo nuestros consejos, encontráis dificultades para manejar determinados comportamientos de vuestro peque, recordad que podéis pedir cita para una entrevista gratuita en info@lapuertaazul.net o en el 634 505 585.
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