La frustración se define como la sensación de impotencia sufrida ante cualquier obstáculo que dificulta alcanzar una meta. La forma en que se percibe esta frustración es lo que va a determinar la manera de reaccionar ante ella.
Hablamos de baja tolerancia cuando el niño no soporta que sus deseos no sean satisfechos inmediatamente y en consecuencia reacciona con ira, agresividad o retraimiento. Puesto que todas las emociones son necesarias, un nivel moderado se considera necesario para un desarrollo emocional saludable.
En niños pequeños es habitual que muestren explosiones de ira ante situaciones frustrantes. A medida que crece debemos enseñarle estrategias para manejar las dificultades y obstáculos que se le presentan; por ejemplo, ser capaz de esperar cuando se le requiera, de respetar los turnos en una fila o de sobreponerse cuando algo no sale como esperaba. Resulta fundamental ayudarle a comprender, además, que ciertas cosas están fuera de su alcance.
En el proceso intervienen factores biológicos, de la personalidad y del entorno familiar, que influyen en la capacidad propia de cada uno. Por ejemplo, los niños impulsivos suelen requerir un esfuerzo mayor.
Las situaciones que vivimos desde pequeños nos preparan, nos habitúan ante estos factores o nos vuelven más vulnerables ante ellas.
¿Cómo puede la familia ayudar con la frustración?
A la mayoría de los padres les resulta muy desagradable cuando su hijo se frustra. Algunos, en lugar de ayudar a gestionar al pequeño su malestar, evitan que se frustre satisfaciendo sus demandas. Esto, es un error, ya que sólo aprendemos a tolerar la frustración, frustrándonos.
Es muy importante que los adultos prediquemos con el ejemplo. Aunque parezca que los adultos no nos frustramos recuerde los gritos en coche cuando alguien se le cruza sin el intermitente o cuando el ordenador va más despacio de lo normal. Que los adultos aprendamos a gestionar este malestar es el primer paso para ayudar a los niños con el suyo.
Insistiendo en el cumplimiento de las tareas, el mensaje que transmitimos es “creo que puedes hacerlo”. Al mismo tiempo debemos permitir que se equivoque. Es importante que no vea los errores como motivo para rendirse, sino como una experiencia para aprender de ella. Muchos niños sienten que al equivocarse no se merecen en el afecto de sus padres. Por esto, cuando nuestro hijo se equivoque debemos ser más afectuosos con él y demostrarle que nuestro amor y cariño son incondicionales.
Además, debemos enseñarle a identificar la frustración cuando aparezca: «Estás enfadado porque no has montado bien la construcción. Inténtalo otra vez, tómate tu tiempo. No tenemos prisa.”, “¿Te has dado cuenta que cuando el juego no es como tú quieres te pones muy nervioso?” Los límites debemos ponerlos al comportamiento, no a la expresión de sentimientos.
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